Aunque casi nadie se acuerda de ellos, todaslas grandes historias de un éxito científico tienen siempre un perdedor. Y en la cadena de carambolas que cimentaron la teoría del Big Bang esa figura le corresponde a la mente más visionaria y quizá el cerebro más brillante de la época: el poco menos que olvidado astrofísico de origen ruso y nacionalizado estadounidense George Gamow. A él le pertenece -tras afinar las ideas del sacerdote y astrofísico belga Georges Lemaitre- buena parte de la propuesta inicial del origen del Universo como una expansión repentina dela masa del Cosmos desde un único punto: el llamado Ylem en la teoría de Gamow, quien tomó el nombre de la sustancia fundamental de la materia de Aristóteles.
Los encargados de calibrar la gran antena de Holmdel llevaban semanas intentando ponerla en funcionamiento, pero había un ruido de fondo que hacía imposible el trabajo. Probaron todo tipo de medidas para tratar de eliminar aquellas interferencias: orientaron la antena en todas direcciones, probaron de día y de noche, revisaron el sistema eléctrico, forraron con cinta aislante las juntas y remaches de la antena, limpiaron enchufes... Y cuando ya no se les ocurría qué más hacer, desmontaron todos los instrumentos de la antena y los volvieron a montar desde cero. El ruido no desaparecía.
El silbido eterno
Aunque Penzias y Wilson no leyeron el trabajo de Gamow, sí averiguaron que un equipo científico dela Universidad de Princeton dirigido por Robert Dicke -fabuloso experimentador que contribuyó, entre otras cosas, al desarrollo del radar- llevaba tiempo detrás de la radiación cósmica de fondo predicha por el astrofísico de origen ruso. Después de poner patas arriba la antena en varias ocasiones, el origen cósmico era ya la última esperanza de Penzias y Wilson, aunque de eso no tenían ni idea.
Esta semana se han cumplido 50 años de aquel descubrimiento casual cuyos autores no buscaban, no sabían lo que era y no fueron capaces de interpretarlo, tarea que le correspondió al equipo de Dicke en un artículo paralelo al del hallazgo del Fondo Cósmico de Microondas publicado ya en 1965 en la revista Astrophysical Journal. Aquella carambola científica hizo que Penzias y Wilson ganaran el Premio Nobel en 1978. En cambio, Dicke tan sólo obtuvo alguna que otra palmadita en el hombro por parte de sus colegas y Gamow, que predijo los acontecimientos tal y como ocurrieron, ha sido digerido en la historia de la ciencia por la chiripa de aquellos jóvenes de los Laboratorios Bell. El físico y escritor científico Dennis Overbye aseguró, con bastante mala uva, en su libro Corazones solitarios enel cosmos (Planeta) que Penzias y Wilson no entendieron lo que significaba su descubrimiento hasta quelo leyeron en el periódicoThe New York Times.
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