En la mítica edad de oro de las culturas grecorromanas, Saturno (Cronos) reinaba con su guadaña, dios de la agricultura y de la luz en una larga primavera. Pero este viejo dios fue relegado a la sombra, en el proceso cíclico de renovación: su lugar fue tomado por Júpiter (Zeus), erigiendo un nuevo orden. Así Saturno fue cifrándose simbólicamente como el más complejo de los planetas (dioses o influencias), antiguo esplendor reducido a la ruina, pero manteniendo siempre un poder oculto en el reverso de las apariencias: el misterio primordial en la noche del tiempo. La filosofía hermética, desde Platón hasta los alquimistas del renacimiento, reconoció en Saturno a su deidad tutelar, planeta de la melancolía, del estudio de la gran obra y dueño del genio propio de lo oculto. 




La filosofía hermética sostiene el principio fundamental de las correspondencias, un telar de relaciones en las que es posible observar los procesos macrocósmicos reflejados en el microcosmos. Saturno, como la última esfera planetaria en el antiguo sistema, es especialmente fértil en este mapa de correspondencias. Proclo, en su comentario del Timeo de Platón escribe:
El hombre es un pequeño mundo (mikros cosmos), ya que, como el universo mismo,  posee tanto mente como razón, tanto un cuerpo divino como un cuerpo mortal. Está dividido en concordancia con el universo. Es por esta razón que algunos están acostumbrados a decir que el principio gnóstico corresponde con la naturaleza de los astros fijos. Su razón corresponde en su aspecto contemplativo con Saturno y en su aspecto social con Júpiter. En cuanto al aspecto irracional, la parte pasional corresponde a Marte, la elocuencia a Mercurio, el apetito a Venus, lo sensible al Sol y lo vegetativo a la Luna. Y, por encima de esto, el vehículo radiante corresponde al cielo y el marco mortal a la región sublunar.
Vemos aquí en cierta forma un mapa psico-emocional del ser humano que es un espejo del mapa celeste: una anatomía psico-cósmica. Saturno siendo la última esfera en esta clasificación, al borde de la oscuridad etérea, de aquello que yace en las fronteras liminales, como la sombra jungiana.
El historiador de la astronomía, Rohit Gupta, hace lo siguiente observacion:“En Saturno, vemos un átomo, una nebulosa, y el universo entero”. Después de que Benoit Mandelbrot descubriera que la naturaleza exhibía un principio de autosemejanza que podía representarse matemáticamente –los fractales–, la principal aseveración de la filosofía hermética cobró cierta fuerza o cierta plausibilidad como un orden inscrito en la estructura del universo. Gupta escribe:

Comúnmente la historia de un sólo objeto puede reflejar, cuando es magnificada, una saga mucho más grande ocurriendo en la naturaleza. Un sólo bloque de roca contiene los registros del campo magnético de la tierra por milenios; los anillos de un viejo árbol contienen los augurios anuales del clima; las mareas hacen eco por siempre en la memoria del caracol.
En el caso de Saturno, ligado a los descubrimientos astronómicos de nuestra historia, podemos ver “un pequeño sistema solar, un sol gaseoso en torno al que giran una serie de pequeñas lunas y detritos”. 
La historia de cómo el hombre ha representado los anillos de Saturno es fascinante. El astrónomo Christiaan Huygens fue el primero en observar estos anillos con un telescopio (aunque según Manly P. Hall, los antiguos griegos sabían de la existencia de estos anillos). Huygens creía que los anillos de Saturno eran un continuo disco sólido “Algunas personas han imaginado que, si fuera posible construir una arco continuo rodeando toda la tierra, se sostendría a sí mismo, sin ningún soporte. De esta forma, que no se considere absurdo que algo así haya sucedido en Saturno”.
Gupta señala que, después de que Kant y Laplace desarrollaran su modelo nebular del origen del sistema solar, se utilizó la analogía de los anillos de Saturno para explicar la formación del sistema solar, con el Sol y los planetas formándose de una nebulosa rotatoria. En su contracción, la nebulosa se habría repartido en una serie de anillos que subsecuentemente se condensaron y formaron el Sol y los planetas. “Los anillos de Saturno eran vistos como un registro fósil de este proceso, llevado a cabo sólo parcialmente”.


El físico inglés James Clerk Maxwell en 1858 concluyó que los anillos de Saturno no eran sólidos, sino un conjunto de pequeños satélites, que podían ser reducidos a partículas, en paralelo al surgimiento de la teoría atómica. 
En 1903 Hantaro Nagaoka creó un modelo del átomo basado en Saturno en el que asumía que el átomo era una esfera positivamente Saturn-northpole-hurricanecargada en torno a la que giraban una gran cantidad de electrones negativamente cargados, unidos por fuerzas electrostáticas análogas a los anillos de Saturno, “los cuales están estabilizados y atraídos a este pesado planeta por la gravedad y consisten de una miríada de pequeños fragmentos”. Si bien nuestra visión del átomo se ha modificado en los últimos años, esta descripción sigue siendo útil para entender tanto el átomo como el sistema anular de Saturno, el cual se asemeja tanto a la estructrura atómica como al sistema solar, y por lo tanto podemos especular a la esctuctura del universo: como es arriba, es abajo.
Siendo el planeta cuyo metal asociado es el plomo, Saturno en la alquimia simboliza la materia primordial que debe de ser transmutada en oro (se le conoce como el guardián del oro y también se le relaciona con San Pedro, en tanto a que es el  ”portero del cielo y del infierno”). Astronómicamente Saturno, con un extraño hexágono en su Polo Norte, una luna naciente y con la estructura gravitacional más compleja del sistema solar, es el planeta más enigmático y peculiar de nuestro sistema. Un enigma que fascina a toda naturaleza inclinada al conocimiento de lo oculto y que seguiremos explorando, bajo el signo de la melancolía.

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