En 1969 cayó en Murchison (Australia) unmeteorito cargado de buenas noticias para quienes piensan que el universo está lleno de vida. En los fragmentos de aquel objeto no se encontró ningún ser extraterrestre pero sí moléculas orgánicas que son la base del desarrollo de la vida. Un análisis detallado demostró que en la roca había quince aminoácidos que se habían formado fuera de la Tierra; algunos de ellos, incluso, todavía no se han encontrado en nuestro planeta.
Los científicos no descartan que, si los meteoritos pueden transportar materia orgánica, en algún momento de la historia nos hayan ‘traído’ vida propiamente dicha (bacterias en forma de espora, por ejemplo)y que, incluso, esa vida haya sido el origen de todos los seres vivos de nuestro planeta.
Esto supone aceptar que la vida no es un fenómeno exclusivo de la Tierra sino que se encuentra en otros lugares del universo, a los que habría llegado a través de meteoritos ‘fecundadores’ de planetas. Esta teoría se conoce nada más y nada menos con el nombre de litopanspermia, del griego lito, piedra; pan, todo; y spermia, semilla.
En su libro Extraterrestres(CSIC-Libros de la Catarata), Javier Gómez-Elvira y Daniel Martín explican que, si bien no se ha logrado probar, esta propuesta cuenta con buenos argumentos a favor.
Uno de ellos es que en la Tierra existen microorganismos capaces de sobrevivir en los fragmentos que se proyectarían al espacio tras el impacto de un gran meteorito. Esto quiere decir que, si en Marte hubiera habido vida antes que en la Tierra, el choque de un meteorito sobre su superficie habría lanzado trozos de material con compuestos orgánicos al medio interestelar y estos podrían haber alcanzado nuestro planeta. Vamos, que todos nosotros podríamos tener un origen marciano.
Otro argumento favorable es que algunos microorganismos pueden aguantar las duras condiciones de vida en el espacio, como los altos niveles de radiación ultravioleta o el enorme contraste de temperaturas.
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